Desde pequeñita siempre he pensado que, si se juntasen los tres grandes movimientos artísticos y culturales: música, danza y literatura, llegaríamos al clímax. Cual gratificante fue mi sorpresa, cuando de chiquitita mis padres me llevaron a la ópera.

jueves, 31 de marzo de 2011

Nunca le había gustado viajar en tren. La horas pasaban tan lentamente que se podían permitir el lujo de sentarse a charlar con aburridos pasajeros, los asientos, siempre tan incómodos no podías permitirte el lujo de dormir no sin asegurarte que, después del sueño tendrías unos dolores de espalda bastante potentes, pero no había forma, siempre te dormías. A todo ello, había que añadir el olor a papel mojado de los vagones, que, sin ninguna duda era debido a la acumulación de periódicos que se escondían debajo de los asientos y, que en mas de una ocasión, algún viajero en desesperación a tan fatídico lugar, había escurrido su mano, con el mayor disimulo posible, debajo del asiento, y había sacado un periódico de 1983 con el fin de intentar sobrellevar el viaje. Si definitivamente odiaba viajar en tren.
Estaba sentado en uno de los últimos vagones, a la hora de coger el tren era donde menos gente solía haber, además los últimos vagones casi siempre estaban practicamente vacíos, el mero echo de pensar en tener que compartir tal agonía con alguien le resultaba sobrecogedor. Miro el reloj, ya había pasado hora y media desde que el tren salió de la estación, tenia que estar apunto de llegar. Se giró hacia la ventana, era una tarde muy hermosa, se veían los picos de los montes bañados en el inmenso sol que, de vez en cuando asomaba entre las nubes, se veía como la brisa acariciaba suavemente a los arboles como si intentara despertar les, parecían levantarse de una inmensa siesta. Entonces se fijó en unos ojos castaños que se veían reflejados en el cristal, eran castaños bastante oscuros además, tan oscuros que no a veces costaba distinguir el iris de la pupila, por extraño que pareciese siempre le habían gustado esos ojos oscuros le parecían realmente hermosos como ningunos. Los ojos los envolvía una rostro mas bien pálido, pero lleno de vida se podía decir que era un pálido hermoso, con matices rosados en las mejillas y la nariz y, sin ninguna duda en aquel rostro tan pálido, destacaban como no, unos labios carnosos, rosas y hermosos, unos labios de escanda lo que cualquier mujer mataría por tener. Curiosamente era lo que menos le gustaba de su cuerpo. La vista comenzó a empañarse le, saco del bolsillo interior de su chaqueta unas gafas pequeñas y cuadradas, negras, que se le engancharon en el pelo que caía al rededor de sus hombros. Una vez puestas volvió a concentrarse en aquel personaje del cristal. Esta vez se fijó en su pelo, largo, de color pajizo y despeinado, siempre despeinado era imposible peinar ese pelo, hacía años que había desistido.
Entre que seguía absorto en aquel reflejo se dio cuenta que el tren ya hacia rato que había parado, si y era su estación, rápidamente cogió sus cosas, el maletín los ficheros y la guitarra, ¡Y la maleta! Por poco se le olvida la maleta.
Salio del vagón apenas podía andar entre tantas cosas que llevaba y la multitud que le empujaba, se sentía perdido, hasta que de pronto, una mano lo arrastro fuera de ese hormiguero y, dio de lleno con unos ojos castaños, oscuros, tan oscuros como los suyos y una melena tan desordenada como la suya. De entre la oscuridad de esos ojos, empezaron a asomar tímidamente unas lagrimas que corrían por sus mejillas, y los cristales de las gafas se le empañaron, a ella le pasó lo mismo, se fundieron en un fuerte abrazo, tiro todo al suelo sin importarle nada, solo tenía ganas de abrazar la a ella, las lágrimas que antes salían tímidas ahora habían perdido la vergüenza y salían en estampida de ambos ojos. La beso fuertemente en la mejilla mientras ella, entre sollozos de alegría, le susurraba:
- Te quiero hermanito.

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El piso quedaba en medio de la ciudad, en una zona mas marginal que otra cosa, los coches circulaban no solo por el asfalto si no tambíen por la acera, entre los peatones asi que no quedaba otra que andar esquivando a los coches, las bicicletas, las motos y alguna que otra señora con un carrito que te amenzaba con un bolsazo si no la dejabas pasar, definitivamente odiaba la ciudad.
No soportaba el ruido de los coches, el humo que hinalaba por cada bocanada de aire, era nauseabundo, como si un sin fin de granitos de arroz se colasen en sus pulmones y le impidieran dar la bienvenida al oxigeno, luego estaba la gente... No tenias sitio para andar, encima siempre parecian agobiados o con prisas y por si fuera poco, entre tanta aglomeración, si le rozabas a uno con el codo se ponia como un basilisco amenazandote con llevarte ante los tribunales si no le comprabas el movil que "por culpa de tu torpeza" se le habia caido en el refresco. Eso si, curiosamente todos los moviles accidentados eran antidiluvianos... Definitivamente no entendía como la gente se sentía mas comoda en semejante sitio, si fuese por el nunca habría vuelto a la ciudad. Pero, esta era una situación especial, ella le había llamado y a eso no podía negarse, su pido era pequeño y desordenado, no era sucio pero si que mantenia un perfecto desorden en todo el piso. Había jerseis de punto tirados en  el suelo de la cocina, desilachados, al parecer llebaban ahi tanto tiempo que se habian convertido en la cuna del gato. La cocina tenia platos mezclados con champus y legía, un poco de desorden no importaba pero estaba claro que un día su hermana confundiria la legía con la leche, mas le valía poner eso en su sitio antes de que fuese tarde y para mas inri los pomos de las puertas estaban cubiertas con calcetines. Bueno, en verdad eso no le molestaba, le producia cierto cariño y nostalgia, era una costumbre que su hermana tenía desde pequeñita, ponía calcetines en los pomos cuando queria esconderse de alguien, segun ella nadie se atreberia ha abrir una puerta con calcetines usados en los pomos, por el olor, por que is, los calcetines eran usados, por lo menos ahora parecía que los ponía limpios, algo era algo.