Era un día lluvioso el chico andaba deprisa, como quien huye de un mal
día aun sabiendo que este no puede mejorar, intente igualar su rítmo ya
que sino corria el riesgo de quedarme sin el último bus del día. Cuando
llegue a la parada el bus se abalanzó sobre nosotros cómo una bestia
parda hasta que malamente aparcó, habiendonos calado los bajos del los
pantalones a mi y al joven, a lo que él, con distingción, gracia y
elegencia, respondió:
-¡Caballero!
Sonreí.
A.
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