Desde pequeñita siempre he pensado que, si se juntasen los tres grandes movimientos artísticos y culturales: música, danza y literatura, llegaríamos al clímax. Cual gratificante fue mi sorpresa, cuando de chiquitita mis padres me llevaron a la ópera.

domingo, 10 de abril de 2011

En el Bosque

La música sonaba jocosa en la taberna del viejo Poncho Ervadillo , las notas saltaban de mesa en mesa, divertidas y traviesas, jugando entre los sombreros de los caballeros y levantando las faldas de las mujeres. De vez en cuando, se escondían tras la nuca de algún despistado y de pronto.... ¡ZAS! Sonaban con una mayor intensidad haciendo que el pobre hombre tirase toda la bebida sobre el escote de la camarera. De mientras, en la tarima, los músicos trataban de domar a las desobedientes notas pero daba lo mismo, no se sabia que era peor, que las notas anduviesen solas por sus anchas en toda la posada o que los músicos las guiasen a sus trastadas personales. En fin en la taberna del viejo Ervadillo siempre había ambiente y buena música garantizada.

A todo esto el alma de la fiesta era, como no el grandísimo Mico el violinista, tenia unos dedos de araña como bien decía la vieja Esia la Cortadora, el chaval era todo un artista con el violín, interpretaba unos solos que a todos se les caía la baba dentro de cerveza, cuando el tocaba, el barullo del bar enmudecía, hasta las peleas de hombres y mujeres motivados por la música descansaban, para atender al sonido del violín de Mico. Mico era alto, delgado y de rostro casi inexpresivo, era un chaval reservado, tímido y poco hablador, apenas se relacionaba con nadie del pueblo, no conocía a casi nadie y en cambio todo el mundo creía conocerle a el. Intentaba pasar desapercibido entre la gente pero al parecer no lo lograba, todo el mundo sabía quien era, al parecer caía bien a la gente sin tan siquiera mediar palabra ni con la mitad del pueblo. Nadie sabia que era exactamente, pero todos sentían que ese joven tenía algo especial. Las señoras le trataban como a su nieto predilecto y la mayoría de las mozas, se pegaban por intentar hablar con el. Pero Mico era ageno a todo esto. El no se enteraba de nada del mundo exterior.
Mico estaba terminando su pieza, la ovación fue debastadora:

- ¡Bravó!
- ¡Estupendo! Si es que este joven tiene un talento... - Decía la vieja Mariela entre lágrimas de emoción.
- Es realmente increíble, ¿Dará clases?
- ¡Podríamos preguntarle! - Les susurraban llenas de emoción las gemelas Vientos a sus amigas.
- Si por lo menos nos hablase ...- Se lamentaba Lionilda y las demás suspiraron con esperanza.

Pero no habló. Mico esperó a que los aplausos cesasen para terminar de saludar e irse con el resto del grupo.

-¡Cachis! - Las mozas salieron del bar desilusionadas con la esperanza de que, al día siguiente tendrían una nueva oportunidad.

Después de cada actuación, era tradición irse a la casa de Tramanduro, el guitarrista, fundador y cabecilla del grupo, a tomarse unas cañas y charlar tranquilamente sin mozas con hormonas revolucionadas, ni borrachos que aguantar. Sin duda, ese era el mejor momento del día para Mico, apoyar el violín en el sofá, recostarse en el, sacar unas cervezas y charlar con sus amigos, sus cinco y únicos amigos, a media noche, mientras la luna brillaba como una Diosa protectora sobre el bosque y hacía destacar cada rama, cada hoja, cada sombra. Sin duda no cambiaba ese momento ni por todo el oro del mundo.

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